viernes, 8 de octubre de 2010

Encaminada - Nicolás Bertola

Cuando la vida de Paula se encontraba ante esas encrucijadas que los bobos vecinos del piso de arriba hubieran denominado histeria, muchas luces parecían apagarse, los caminos hacerse difusos y sus minutos pesados. Paula vivía en un departamento heredado de su tía. Por alguna razón una de las ventanas de la sala no se abría, permanecía fija. Ella pensaba que se trataba del marco de un cuadro perfecto para un paisaje verde como el que imagino en una lectura de un cuento chino, cuando era niña. Lo cierto que tras el vidrio, el cuadro no otorgaba las imágenes naturales ni verdes, sino siempre el mismo retrato del tapial del baldío del frente, que apenas mutaba con la superposición de grafitis, algún auto o bicicleta efímero que interrumpía la vista o el agua de la lluvia que le dejaba manchas negras chorreantes. Esta idea de las manchas le gustaba mucho, ya que el paso del tiempo no era algo que le amargara, más allá de cierta vanidad femenina que le dictaba usar cremas para que las arrugas de su rostro demorasen en aparecer o comer sano y poco, sobreto poco para evitar la grasa abdominal. Los pesados de arriba hubieran dicho rollitos o salvavidas.

El departamento aparte de tener una ventana que no abría, otras que sí, tenía cierta imagen antigua, cosa que le hubiera encantado a su tía si aún siguiera viva. Algunas personas hacen de lo cotidiano su vida, su seguridad, le temen a los cambios o sobresaltos, así había vivido la tía. Si bien la casa tenía esa atmósfera antigua Paula había hecho intentos de decoración, comprado un televisor nuevo que casi no miraba, limpiado mucho y cambiado las pútridas cortinas. La puerta del patio era de chapa pintada de blanco con tres paneles de vidrios esmerilados horizontales, estaba un poco oxidada en parte inferior por la salpicadura de años de chaparrones. La puerta del frente era de algún tipo de madera dura, también pintada capa por capa, año por año. Al abrirse ésta pronunciaba el chirrido clásico de las películas de terror pero es algo que ella nunca cambiaría. De esta puerta, por fuera colgaba un manijón de bronce que jamás habia sido lustrado, y por encima el número del departamento. Cuando la vida de Paula se encontraba ante esas encrucijadas dos puertas parecía tener para salir del a angustia de no poder hacer lo que debía hacer.

Ultimamente se alejaba, pero en realidad no quería escapar. Los paseos hacia ninguna parte pero por la calle, sumidos en la música que oía a máximo volúmen desde su reproductor personal la distraían un poco de las determinaciones ausentes. Si bien Paula era joven la tecnología no era parte de sí, y tambíen el mp3 fue un regalo. Su especial predisposición natural para recibir herencias y regalos se contraponía con el temor de decidir. Las dudas no la mataban pero literalmente le robaban mucho de su vida. Cada vez más seguido ella salía por la puerta del frente.