Todos los días sentado en su sillón de caños y asiento de tiras de nylon entrelazado veía pasar la misma película por sus ojos. Los autos siempre en la única dirección ya no ofrecían siquiera juegos adivinatorios, el azar de colores y marcas había quedado atrás hace unos años, ya todo era predecible, la rutina se consagraba en su vida.
A veces, sólo a veces alguien rompía la monotonía con un "eadió donespíndola" pasando en bicicleta, al que respondía con la mano apenas en alto y abriendo la boca en un preludio de saludo que nunca saldría. Marcaba compases inaudibles con el balanceo de su pierna derecha, apoyando la punta del pie y haciendo eje con esta contra el piso de baldosas grises ya gastadas y una contracción de su pantorrilla, levantando la rodilla por sobre el muslo. Profundizaba estos movimientos, los hacía parte de su identidad y su espera. No era un gesto nervioso, era un delinear del tiempo que en esa calle parecía tener un lógica rebelde, ya que en algunas ocasiones cuando no transitaban los autos la tarde demoraba más en irse.
Aunque cada vez más el destino parecía ser el mismo, la puerta de180 se abría seguido. El 180 era una casa parecida a todas las del 1970, es decir con un estilo de la década del 50 basada en la arquitectura de los 30. No tenía nada de especial salvo que su puerta se abría seguido y que ésta daba casi al frente del sillón de Don Espíndola. Cosa del destino, diría él sin saber realmente lo que decía.
Ilustración: Natalia García Calderón