domingo, 28 de diciembre de 2008

El Hombre que Contaba Historias - Oscar Wilde

Había una vez un hombre muy querido de su pueblo porque contaba historias. Todas las mañanas salía del pueblo y, cuando volvía por las noches, todos los trabajadores del pueblo, tras haber bregado todo el día, se reunían a su alrededor y le decían: -Vamos, cuenta, ¿qué has visto hoy? Él explicaba:
-He visto en el bosque a un fauno que tenía una flauta y que obligaba a danzar a un corro de silvanos.
-Sigue contando, ¿qué más has visto? -decían los hombres.

-Al llegar a la orilla del mar he visto, al filo de las olas, a tres sirenas que peinaban sus verdes cabellos con un peine de oro. Y los hombres lo apreciaban porque les contaba historias.
Una mañana dejó su pueblo, como todas las mañanas... Mas al llegar a la orilla del mar, he aquí que vio a tres sirenas, tres sirenas que, al filo de las olas, peinaban sus cabellos verdes con un peine de oro. Y, como continuara su paseo, llegando cerca del bosque, vio a un fauno que tañía su flauta y a un corro de silvanos... Aquella noche, cuando regresó a su pueblo y, como los otros días, le preguntaron:
-Vamos, cuenta: ¿qué has visto? Él respondió:
-No he visto nada.

sábado, 27 de diciembre de 2008

Crónicas del Angel Gris - Extracto - Alejandro Dolina

RUBEN DI LEO: Centro delantero del club Empalme San Vicente. No era literato, pero escribio un extenso volumen titulado Mis mejores Jugadas, en el que relata con estilo insufrible mas de mil quinientas acciones futbolisticas en las que aparece como protagonista. Una de ellas tiene cierto interes para nosotros:

JUGADA 304
Perrone pateo el corner desde la izquierda. Perdiamos uno a cero y faltaban dos minutos. El tiro le salio demasiado alto. Yo estaba en el area, pero ni pense en saltar. De pronto senti que unas manos ardientes me tomaban de la cintura y me elevaban por el aire. Asi alcance una altura fenomenal, casi un metro por encima de los defensores. Misteriosamente mi cabeza choco con la pelota. Las manos me soltaron y cai despatarrado. Me parecio escuchar el rumor de unas alas, pero fue mucho mas fuerte el grito de gol de la tribuna. Desde ese dia, cuando hay un corner trato de patearlo yo.

martes, 23 de diciembre de 2008

Los Nombres - Roberto Fontanarrosa

Porque también la cosa está en los nombres, en cómo suenen, en las palabras, pero más, más en los nombres porque se puede estar transmitiendo agarrado al micrófono con las dos manos, casi pegado el fierro a la boca, y la camisa abierta, transpirada y abierta, los auriculares ciñendo las orejas y las sienes como un dolor de cabeza y ahí valen los nombres, tienen que venir de abajo, carraspeados, desde el fondo mismo del esternón, tienen que llegar como un jadeo, lastimarte, tienen que ser llenos, digamos macizos, nutridos, eso, nutridos. Tienen que llenar la boca, atragantarla, que se los pueda masticar, escupir, como pueda ser digamos Marrapodi , viejo, Marrapodi, ¡ volóoo Marrapodi y echó al córner!, Marrapodi llena la garganta, sube, se puede arrastrar, no queda encía, muela, paladar sin Marrapodi, para deletrear casi con asco, con afonía. No. Marrapodi además volaba y se quedaba colgado en el aire con la pelota suya como un dirigible, remata, ¡vuela Marrapodi y atrapa! Roque Marrapodi, para colmo, nombre para reventarse las venas del cuello y que lloren los ojos por un solazo bárbaro de domingo a la tarde, lleno de gente porque entra Borello o quien sea y ¡tiraaa! y allá sale disparado Marra como un lanzazo, la boca abierta, más abierta, los ojos casi en blanco, el pelo exagerado en el aire, un pie aquí, el otro allá, un manchón verde, uno gris, ese golpe en la punta de los dedos como quien puede manotear un pájaro, una gaviota, caer hecho un manojo en el aire, los bigotes misturados de césped, el olor, relojear por bajo el brazo y la ingle dónde fue a parar esa bola y gritar sintiendo la garganta afiebrada de flema volóooo Marrapodi, medio arrastrando entre los dientes y la lengua la doble erre porque ya el flaco con el fulbo bajo el brazo va a buscar la gorra que quedó en el otro palo. O quizás Carrizo, pero menos, no tiene tanta fuerza decir Carrizo, tal vez en la zeta está ese olor a naranja, a cigarrillo, pero por ejemplo Camaratta, otro, Camaratta, vamos viejo, Camaratta viene el centrooo... y son tenazas las manos de Camaratta, ¡dos garfios Camaratta!, cómo no va a tener tenazas Camaratta aunque no se debía tirar, a Camaratta le debían reventar pelotazos en el pecho desde medio metro y el ruido se debía escuchar hasta en la otra cuadra y viene el rebote, entró Pontoni, tiróoo, sacó Camaratta, de nuevo un balinazo en el tórax inmenso de Camaratta con el pelo mojado sobre la frente y una lluvia de sudor desprendida de su nariz y el sudor en los ojos, ¡cómo le debía picar! y se quedaría tirado tras el tercer rebote en el suelo como un cachalote con la media derecha caída , sangrante y terrosa la rodilla, porque Camaratta siempre debía jugar en cancha de Atlanta donde es pura tierra y cada entrevero era una polvareda tremenda, donde catorce hinchas se morían de calor y odio y miles pero miles de argentinos escuchaban succionados por la radio la voz porteña del balompié, pasión de multitudes, ¡Ca-ma-ra-tta!, salvó su arco de segura caída, Camaratta carajo, no Blazina por ejemplo porque Blazina es como decir felino o colina, algo plástico, estético, mirko volaba en treintaitrés revoluciones, ahora un brazo, después el otro, flexionar la rodilla, una gambeta blanca blanca pero todo en cámara lenta, muda, como un vacío que se hubiera chupado el rugido de la tribuna, sólo Blazina planeando, en blanco y negro para colmo, que eso no es para hinchas, es para artes visuales. No, no se puede transmitir sin esos nombres, ojalá estuviera Marrapodi, o Camaratta , o Macarrata, o Camarrodi, Macarrata, ¡se tiiira Macarratta! ¡Voló!, el micrófono hecho un puñal, un puñetazo sudoroso, ¿cómo puede haber un arquero García por ejemplo, García, qué se va a decir?, volóoo garcía, si queda en la boca esa sensación desierta y adormecida de cuando uno come pastillas de menta, volóoo García, qué mierda va a volar ese boludo. Que se quede parado para eso.

sábado, 20 de diciembre de 2008

Parábola China - Hermann Hesse

Un anciano llamado Chunglang, que quiere decir «Maese La Roca», tenía una pequeña propiedad en la montaña. Sucedió cierto día que se le escapó uno de sus caballos y los vecinos se acercaron a manifestarle su condolencia. Sin embargo el anciano replicó: -¡Quién sabe si eso ha sido una desgracia!
Y hete aquí que varios días después el caballo regresó, y traía consigo toda una manada de caballos cimarrones. De nuevo se presentaron los vecinos y lo felicitaron por su buena suerte. Pero el viejo de la montaña les dijo: -¡Quién sabe si eso ha sido un suceso afortunado!
Como tenían tantos caballos, el hijo del anciano se aficionó a montarlos, pero un día se cayó y se rompió una pierna. Otra vez los vecinos fueron a darle el pésame, y nuevamente les replicó el viejo: -¡Quién sabe si eso ha sido una desgracia!
Al año siguiente se presentaron en la montaña los comisionados de «los Varas Largas». Reclutaban jóvenes fuertes para mensajeros del emperador y para llevar su litera. Al hijo del anciano, que todavía estaba impedido de la pierna, no se lo llevaron.
Chunglang sonreía.

viernes, 19 de diciembre de 2008

El Maestro - Oscar Wilde

Y cuando las tinieblas cayeron sobre la tierra, José de Arimatea, después de haber encendido una antorcha de madera resinosa, descendió desde la colina al valle. Porque tenía que hacer en su casa. Y arrodillándose sobre los pedernales del Valle de la Desolación, vio a un joven desnudo que lloraba. Sus cabellos eran color de miel y su cuerpo como una flor blanca; pero las espinas habían desgarrado su cuerpo, y a guisa de corona, llevaba ceniza sobre sus cabellos. Y José, que tenía grandes riquezas, dijo al joven desnudo que lloraba. -Comprendo que sea grande tu dolor porque verdaderamente Él era justo. Mas el joven le respondió: -No lloro por él sino por mí mismo. Yo también he convertido el agua en vino y he curado al leproso y he devuelto la vista al ciego. Me he paseado sobre la superficie de las aguas y he arrojado a los demonios que habitan en los sepulcros. He dado de comer a los hambrientos en el desierto, allí donde no hay ningún alimento, y he hecho levantarse a los muertos de sus lechos angostos, y por mandato mío y delante de una gran multitud, una higuera seca ha florecido de nuevo. Todo cuanto él hizo, lo he hecho yo. -¿Y por qué lloras, entonces? -Porque a mí no me han crucificado.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Carta a Felice, 21 de junio de 1913 - Franz Kafka

"... Pero que me dices, Felice, acerca de una vida matrimonial en la cual, por lo menos durante algunos meses al año, el marido regresa de la oficina hacia las 2.30 o las 3, come, se acuesta y duerme hasta las 7 o las 8, cena rápidamente, pasea durante una hora, y luego comienza a escribir hasta la 1 o las 2 de la madrugada. ¿Serías capaz de aguantar todo esto? ¿No saber nada del marido, sino que está en su cuarto escribiendo? ¿Y pasar así todo el otoño y el invierno? ¿Y hacia la primavera recibir a ese hombre medio muerto junto a la puerta del escritorio, para tener que contemplar durante la primavera y el verano como se recupera para el otoño y el invierno? ¿Es esta una vida posible? Quizá, quizá sea posible, pero es preciso que tú reflexiones sobre ello hasta la última sombra de una duda."

martes, 16 de diciembre de 2008

El Otro Yo - Mario Benedetti

Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras, leía historietas, hacía ruido cuando comía, se metía los dedos a la naríz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando Corriente en todo menos en una cosa: tenía Otro Yo. El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente , se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía sentirse imcómodo frente a sus amigos. Por otra parte el Otro Yo era melancólico, y debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar como era su deseo. Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo que hacer, pero después se rehizo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la mañama siguiente se habia suicidado. Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero enseguida pensó que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó. Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió la calle con el proposito de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le lleno de felicidad e inmediatamente estalló en risotadas . Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia. Para peor de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: «Pobre Armando.Y pensar que parecía tan fuerte y saludable». El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo.

domingo, 14 de diciembre de 2008

Instrucciones para Dar Cuerda al Reloj - Julio Cortázar

Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj:

Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca.
Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.

Instrucciones para dar cuerda al reloj


Allá al fondo está la muerte, pero no tenga miedo. Sujete el reloj con una mano, tome con dos dedos la llave de la cuerda, remóntela suavemente. Ahora se abre otro plazo, los árboles despliegan sus hojas, las barcas corren regatas, el tiempo como un abanico se va llenando de sí mismo y de él brotan el aire, las brisas de la tierra, la sombra de una mujer, el perfume del pan.
¿Qué más quiere, qué más quiere? Átelo pronto a su muñeca, déjelo latir en libertad, imítelo anhelante. El miedo herrumbra las áncoras, cada cosa que pudo alcanzarse y fue olvidada va corroyendo las venas del reloj, gangrenando la fría sangre de sus rubíes. Y allá en el fondo está la muerte si no corremos y llegamos antes y comprendemos que ya no importa.


jueves, 11 de diciembre de 2008

El Salón de Baile sin Baños o el Rapto de los Orinantes - Extracto - Alejandro Dolina

Un pintoresco croquis del Atlas señala en la calle Yatay un enorme salón de baile. A pesar de su lujosa apariencia, el local no tenia baños. Sucedía entonces que los b bailarines se veían obligados a abandonar la milonga para pedir permiso en casas vecinas o costearse hasta algún café más hospitalario.
Sin embargo los más audaces solían aventurarse en un yuyal cercano que ofrecía una sombría privacidad. Los Cronistas Soñadores sostienen que nadie regresaba jamás de aquel sitio. Citan el testimonio de más de cuarenta damas abandonadas que en vano esperaron a sus compañeros, a veces en el interior del salón, a veces en la misma vereda del potrero.
Los espíritus fantásticos pretenden que los brujos raptaban a los bailarines y los llevaban a sus gabinetes como esclavos o como carnada para atraer a los demonios.
Por esa razón, o quizás por la escasa belleza de las damas asistentes, los jóvenes dejaron de concurrir al salón. Los propietarios hicieron construir baños pero ya era demasiado tarde.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Pregunta


¿Dónde vive nuestra mujer soñada, de dónde sale el amor? ¿Es acaso solo nuestra necesidad que impostamos a una persona compatible con un gusto, un deseo, un buen diálogo? ¿Es externo el amor, un sentimiento que nos invade porque viene acompañado como una especie de aroma perfume en el otro, o será nada más que una necesidad egoísta, que a pesar de todo nos hace compartir?

martes, 9 de diciembre de 2008

He Andado Muchos Caminos - Antonio Machado


He andado muchos caminos,
he abierto muchas veredas,
he navegado en cien mares
y atracado en cien riberas.

En todas partes he visto
caravanas de tristeza,
soberbios y melancòlicos
borrachos de sombra negra,

y pedantones al paño
que miran, callan y piensan
que saben, porque no beben
el vino de las tabernas.

Mala gente que camina
y va apestando la tierra...

Y en todas partes he visto
gentes que danzan o juegan
cuando pueden, y laboran
sus cuatro palmos de tierra.

Nunca, si llegan a un sitio,
preguntan adònde llegan.
Cuando caminan, cabalgan
a lomos de mula vieja,

y no conocen la prisa
ni aun en los días de fiesta.
Donde hay vino, beben vino;
donde no hay vino, agua fresca

Son buenas gentes que viven,
laboran, pasan y sueñan,
y en un día como tantos
descansan bajo la tierra.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Casa Tomada - Extracto - Julio Cortázar

Irene era una chica nacida para no molestar a nadie. Aparte de su actividad matinal se pasaba el resto del día tejiendo en el sofá de su dormitorio. No sé por qué tea tanto, yo creo que las mujeres tejen cuando han encontrado en esa labor el gran pretexto para no hacer nada. Irene no era así, tejía cosas siempre necesarias, tricotas para el invierno, medias para mí, mañanitas y chalecos para ella. A veces tejía un chaleco y después lo destejía en un momento porque algo no le agradaba; era gracioso ver en la canastilla el montón de lana encrespada resistiéndose a perder su forma de algunas horas. Los sábados iba yo al centro a comprarle lana; Irene tenía fe en mi gusto, se complacía con los colores y nunca tuve que devolver madejas. Yo aprovechaba esas salidas para dar una vuelta por las librerías y preguntar vanamente si había novedades en literatura francesa. Desde 1939 no llegaba nada valioso a la Argentina. Pero es de la casa que me interesa hablar, de la casa y de Irene, porque yo no tengo importancia.
Me pregunto qué hubiera hecho Irene sin el tejido. Uno puede releer un libro, pero cuando un pullover está terminado no se puede repetirlo sin escándalo. Un día encontré el cajón de abajo de la cómoda de alcanfor lleno de pañoletas blancas, verdes, lila. Estaban con naftalina, apiladas como en una mercería; no tuve valor para preguntarle a Irene que pensaba hacer con ellas. No necesitábamos ganarnos la vida, todos los meses llegaba plata de los campos y el dinero aumentaba. Pero a Irene solamente la entretenía el tejido, mostraba una destreza maravillosa y a mí se me iban las horas viéndole las manos como erizos plateados, agujas yendo y viniendo y una o dos canastillas en el suelo donde se agitaban constantemente los ovillos. Era hermoso.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

El Principito - Extracto - Antoine Saint Exupéry

Si les he contado de todos estos detalles sobre el asteroide B 612 y hasta les he confiado su número, es por consideración a las personas mayores. A los mayores les gustan las cifras. Cuando se les habla de un nuevo amigo, jamás preguntan sobre lo esencial del mismo. Nunca se les ocurre preguntar: "¿Qué tono tiene su voz? ¿Qué juegos prefiere? ¿Le gusta coleccionar mariposas?" Pero en cambio preguntan: "¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre?" Solamente con estos detalles creen conocerle. Si les decimos a las personas mayores: "He visto una casa preciosa de ladrillo rosa, con geranios en las ventanas y palomas en el tejado", jamás llegarán a imaginarse cómo es esa casa. Es preciso decirles: "He visto una casa que vale cien mil pesos". Entonces exclaman entusiasmados: "¡Oh, qué preciosa es!"
De tal manera, si les decimos: "La prueba de que el principito ha existido está en que era un muchachito encantador, que reía y quería un cordero. Querer un cordero es prueba de que se existe", las personas mayores se encogerán de hombros y nos dirán que somos unos niños. Pero si les decimos: "el planeta de donde venía el principito era el asteroide B 612", quedarán convencidas y no se preocuparán de hacer más preguntas. Son así. No hay por qué guardarles rencor. Los niños deben ser muy indulgentes con las personas mayores.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Encuentro Nocturno - Ray Bradbury

Antes de subir hacia las colinas azules, Tomás Gómez se detuvo en la solitaria estación de gasolina.
-Aquí se sentirá usted bastante solo -le dijo al viejo.
El viejo pasó un trapo por el parabrisas de la camioneta.
-No me quejo.
-¿Le gusta Marte?
-Muchísimo. Siempre hay algo nuevo. Cuando llegué aquí el año pasado, decidí no esperar nada, no preguntar nada, no sorprenderme por nada. Tenemos que mirar las cosas de aquí, y qué diferentes son. El tiempo, por ejemplo, me divierte muchísimo. Es un tiempo marciano. Un calor de mil demonios de día y un frío de mil demonios de noche. Y las flores y la lluvia, tan diferentes. Es asombroso. Vine a Marte a retirarme, y busqué un sitio donde todo fuera diferente. Un viejo necesita una vida diferente. Los jóvenes no quieren hablar con él, y con los otros viejos se aburre de un modo atroz. Así que pensé: lo mejor será buscar un sitio tan diferente que uno abre los ojos y ya se entretiene. Conseguí esta estación de gasolina. Si los negocios marchan demasiado bien, me instalaré en una vieja carretera menos bulliciosa, donde pueda ganar lo suficiente para vivir y me quede tiempo para sentir estas cosas tan diferentes.
-Ha dado usted en el clavo -dijo Tomás. Sus manos le descansaban sobre el volante. Estaba contento. Había trabajado casi dos semanas en una de las nuevas colonias y ahora tenía dos días libres y iba a una fiesta.
-Ya nada me sorprende -prosiguió el viejo-. Miro y observo, nada más. Si uno no acepta a Marte como es, puede volverse a la Tierra. En este mundo todo es raro; el suelo, el aire, los canales, los indígenas (aun no los he visto, pero dicen que andan por aquí) y los relojes. Hasta mi reloj anda de un modo gracioso. Hasta el tiempo es raro en Marte. A veces me siento muy solo, como si yo fuese el único habitante de este planeta; apostaría la cabeza. Otras veces me siento como si me hubiera encogido y todo lo demás se hubiera agrandado. ¡Dios! ¡No hay sitio como éste para un viejo! Estoy siempre alegre y animado. ¿Sabe usted cómo es Marte? Es como un juguete que me regalaron en Navidad, hace setenta años. No sé si usted lo conoce. Lo llamaban calidoscopio: trocitos de vidrio o de tela de muchos colores. Se levanta hacia la luz y se mira y se queda uno sin aliento. ¡Cuántos dibujos! Bueno, pues así es Marte. Disfrútelo. Tómelo como es. ¡Dios! ¿Sabe que esa carretera marciana tiene dieciséis siglos y aún está en buenas condiciones? Es un dólar cincuenta. Gracias. Buenas noches.
Tomás se alejó por la antigua carretera, riendo entre dientes.
Era un largo camino que se internaba en la oscuridad y las colinas. Tomás, con una sola mano en el volante, sacaba con la otra, de cuando en cuando, un caramelo de la bolsa del almuerzo. Había viajado toda una hora sin encontrar en el camino ningún otro automóvil, ninguna luz. La carretera solitaria se deslizaba bajo las ruedas y sólo se oía el zumbido del motor. Marte era un mundo silencioso, pero aquella noche el silencio era mayor que nunca. Los desiertos y los mares secos giraban a su paso y las cintas de las montañas se alzaban contra las estrellas.
Esta noche había en el aire un olor a tiempo. Tomás sonrió. ¿Qué olor tenía el tiempo? El olor del polvo, los relojes, la gente. ¿Y qué sonido tenía el tiempo? Un sonido de agua en una cueva, y una voz muy triste y unas gotas sucias que caen sobre cajas vacías y un sonido de lluvia. Y aún más, ¿a qué se parecía el tiempo? A la nieve que cae calladamente en una habitación oscura, a una película muda en un cine muy viejo, a cien millones de rostros que descienden como esos globitos de Año Nuevo, que descienden y descienden en la nada. Eso era el tiempo, su sonido, su olor. Y esta noche (y Tomás sacó una mano fuera de la camioneta), esta noche casi se podía tocar el tiempo.
La camioneta se internó en las colinas del tiempo. Tomás sintió unas punzadas en la nuca y se sentó rígidamente, con la mirada fija en el camino.
Entraba en una muerta aldea marciana; paró el motor y se abandonó al silencio de la noche. Maravillado y absorto contempló los edificios blanqueados por las lunas. Deshabitados desde hacía siglos. Perfectos. En ruinas, pero perfectos.
Puso en marcha el motor, recorrió algo más de un kilómetro y se detuvo nuevamente. Dejó la camioneta y echó a andar llevando la bolsa de comestibles en la mano, hacia una loma desde donde aún se veía la aldea polvorienta. Abrió el termos y se sirvió una taza de café. Un pájaro nocturno pasó volando. La noche era hermosa y apacible.
Unos cinco minutos después se oyó un ruido. Entre las colinas, sobre la curva de la antigua carretera, hubo un movimiento, una luz mortecina y luego un murmullo.
Tomás se volvió lentamente, con la taza de café en la mano derecha.
Y asomó en las colinas una extraña aparición.
Era una máquina que parecía un insecto de color verde jade, una mantis religiosa que saltaba suavemente en el aire frío de la noche, con diamantes verdes que parpadeaban sobre su cuerpo, indistintos, innumerables, y rubíes que centelleaban con ojos multifacéticos. Sus seis patas se posaron en la antigua carretera, como las últimas gotas de una lluvia, y desde el lomo de la máquina un marciano de ojos de oro fundido miró a Tomás como si mirara el fondo de un pozo.
Tomás levantó una mano y pensó automáticamente:
¡Hola!, aunque no movió los labios. Era un marciano. Pero Tomás había nadado en la Tierra en ríos azules mientras los desconocidos pasaban por la carretera, y había comido en casas extrañas con gente extraña y su sonrisa había sido siempre su única defensa. No llevaba armas de fuego. Ni aun ahora advertía esa falta aunque un cierto temor le oprimía el pecho.
También el marciano tenía las manos vacías. Durante unos instantes, ambos se miraron en el aire frío de la noche.
Tomás dio el primer paso.
-¡Hola! -gritó.
-¡Hola! -contesto el marciano en su propio idioma. No se entendieron.
-¿Has dicho hola? -dijeron los dos.
-¿Qué has dicho? -preguntaron, cada uno en su lengua.
Los dos fruncieron el ceño.
-¿Quién eres? -dijo Tomás en inglés.
-¿Qué haces aquí -dijo el otro en marciano.
-¿A dónde vas? -dijeron los dos al mismo tiempo, confundidos.
-Yo soy Tomás Gómez,
-Yo soy Muhe Ca.
No entendieron las palabras, pero se señalaron a sí mismos, golpeándose el pecho, y entonces el marciano se echó a reír.
-¡Espera!
Tomás sintió que le rozaban la cabeza, aunque ninguna mano lo había tocado.
-Ya está -dijo el marciano en inglés-. Así es mejor.
-¡Qué pronto has aprendido mi idioma!
-No es nada.
Turbados por el nuevo silencio, ambos miraron el humeante café que Tomás tenía en la mano.
-¿Algo distinto? -dijo el marciano mirándolo y mirando el café, y tal vez refiriéndose a ambos.
-¿Puedo ofrecerte una taza? -dijo Tomás.
-Por favor.
El marciano descendió de su máquina.
Tomás sacó otra taza, la llenó de café y se la ofreció.
La mano de Tomás y la mano del marciano se confundieron, como manos de niebla.
-¡Dios mío! -gritó Tomás, y soltó la taza.
-¡En nombre de los Dioses! -dijo el marciano en su propio idioma.
-¿Viste lo que pasó? - murmuraron ambos, helados por el terror.
El marciano se inclinó para tocar la taza, pero no pudo tocarla.
-¡Señor! -dijo Tomás.
-Realmente... -comenzó a decir el marciano. Se enderezó, meditó un momento, y luego sacó un cuchillo de su cinturón.
-¡Eh! -gritó Tomás.
-Has entendido mal. ¡Tómalo!
El marciano tiró al aire el cuchillo. Tomás juntó las manos. El cuchillo le pasó a través de la carne. Se inclinó para recogerlo, pero no lo pudo tocar y retrocedió, estremeciéndose.
Miró luego al marciano que se perfilaba contra el cielo.
-¡Las estrellas! -dijo.
-¡Las estrellas! -respondió el marciano mirando a Tomás.
Las estrellas eran blancas y claras más allá del cuerpo del marciano, y lucían dentro de su carne como centellas incrustadas en la tenue y fosforescente membrana de un pez gelatinoso; parpadeaban como ojos de color violeta en el estómago y en el pecho del marciano, y le brillaban como joyas en los brazos.
-¡Eres transparente! -dijo Tomás.
-¡Y tú también! -replicó el marciano retrocediendo.
Tomás se tocó el cuerpo, sintió su calor y se tranquilizó. «Yo soy real», pensó.
El marciano se tocó la nariz y los labios.
-Yo tengo carne -murmuró-. Yo estoy vivo.
Tomás miró fijamente al fío.
-Y si yo soy real, tú debes de estar muerto.
-¡No! ¡Tú!
-¡Un espectro!
-¡Un fantasma!
Se señalaron el uno al otro y la luz de las estrellas les brillaba en los miembros como dagas, como trozos de hielo, como luciérnagas, y se tocaron otra vez y se descubrieron intactos, calientes, animados, asombrados, despavoridos, y el otro, ah, si, ese otro, era sólo un prisma espectral que reflejaba la acumulada luz de unos mundos distantes.
Estoy borracho, pensó Tomás. No se lo contaré mañana a nadie. No, no.
Se miraron un tiempo, de pie, inmóviles, en la antigua carretera.
-¿De dónde eres? -preguntó al fin el marciano.
-De la Tierra.
-¿Qué es eso?
Tomás señaló el firmamento.
-¿Cuándo llegaste?
-Hace más de un año, ¿no recuerdas?
-No.
-Y todos ustedes estaban muertos, así lo creímos. Tu raza ha desaparecido casi totalmente ¿no lo sabes?
-No. No es cierto.
-Sí. Todos muertos. Yo vi los cadáveres. Negros, en las habitaciones, en las casas. Muertos. Millares de muertos.
-Eso es ridículo. ¡Estamos vivos!
-Escúchame. Marte ha sido invadido. No puedes ignorarlo. Has escapado.
-¿Yo? ¿Escapar de qué? No entiendo lo que dices. Voy a una fiesta en el canal, cerca de las montañas Eniall. Allí estuve anoche. ¿No ves la ciudad?
Tomás miró hacia donde indicaba el marciano y vio las ruinas.
-Pero cómo, esa ciudad está muerta desde hace miles de años.
El marciano se echó a reír.
-¡Muerta! Dormí allí anoche.
-Y yo estuve allí la semana anterior y la otra, y hace un rato, y es un montón de escombros. ¿No ves las columnas rotas?
-¿Rotas? Las veo perfectamente a la luz de la luna. Intactas.
-Hay polvo en las calles -dijo Tomás.
-¡Las calles están limpias!
-Los canales están vacíos.
-¡Los canales están llenos de vino de lavándula!
-Está muerta.
-¡Está viva! -protestó el marciano riéndose cada vez más-. Oh, estás muy equivocado ¿No ves las luces de la fiesta? Hay barcas hermosas esbeltas como mujeres, y mujeres hermosas esbeltas como barcas; mujeres del color de la arena, mujeres con flores de fuego en las manos. Las veo desde aquí, pequeñas, corriendo por las calles. Allá voy, a la fiesta. Flotaremos en las aguas toda la noche, cantaremos, beberemos, haremos el amor. ¿No las ves?
-Tu ciudad está muerta como un lagarto seco. Pregúntaselo a cualquiera de nuestro grupo. Voy a la Ciudad Verde. Es una colonia que hicimos hace poco cerca de la carretera de Illinois. No puedes ignorarlo. Trajimos trescientos mil metros cuadrados de madera de Oregón, y dos docenas de toneladas de buenos clavos de acero, y levantamos a martillazos los dos pueblos más bonitos que hayas podido ver. Esta noche festejaremos la inauguración de uno. Llegan de la Tierra un par de cohetes que traen a nuestras mujeres y a nuestras amigas. Habrá bailes y whisky...
El marciano estaba inquieto.
-¿Dónde está todo eso?
Tomás lo llevó hasta el borde de la colina y señaló a lo lejos.
-Allá están los cohetes. ¿Los ves?
-No.
-¡Maldita sea! ¡Ahí están! Esos aparatos largos y plateados.
-No.
Tomás se echó a reír.
-¡Estás ciego!
-Veo perfectamente. ¡Eres tú el que no ve!
-Pero ves la nueva ciudad, ¿no es cierto?
-Yo veo un océano, y la marea baja.
-Señor, esa agua se evaporó hace cuarenta siglos.
-¡Vamos, vamos! ¡Basta ya!
-Es cierto, te lo aseguro.
El marciano se puso muy serio.
-Dime otra vez. ¿No ves la ciudad que te describo? Las columnas muy blanca, las barcas muy finas, las luces de la fiesta... ¡Oh, lo veo todo tan claramente! Y escucha... Oigo los cantos. ¡No están tan lejos!
Tomás escuchó y sacudió la cabeza.
-No.
-Y yo, en cambio, no puedo ver lo que tú me describes -dijo el marciano.
Volvieron a estremecerse. Sintieron frío.
-¿Podría ser?
-¿Qué?
-¿Dijiste que «del cielo»?
-De la Tierra.
-La Tierra, un nombre, nada -dijo el marciano-. Pero... al subir por el camino hace una hora... sentí...
Se llevó una mano a la nuca.
-¿Frío?
-Sí.
-¿Y ahora?
-Vuelvo a sentir frío. ¡Qué raro! Había algo en la luz, en las colinas, en el camino... -dijo el marciano-. Una sensación extraña... El camino, la luz... Durante unos instante creí ser el único sobreviviente de este mundo.
-Lo mismo me pasó a mí -dijo Tomás, y le pareció estar hablando con un amigo muy íntimo de algo secreto y apasionante.
El marciano meditó unos instantes con los ojos cerrados.
-Sólo hay una explicación. El tiempo. Sí. Eres una sombra del pasado.
-No. Tú, tú eres del pasado -dijo el hombre de la Tierra.
-¡Qué seguro estas! ¿Cómo es posible afirmar quién pertenece al pasado y quién al futuro? ¿En qué año estamos?
-En el año dos mil dos.
-¿Qué significa eso para mí?
Tomás reflexionó y se encogió de hombros.
-Nada.
-Es como si te dijera que estamos en el año 4462853 S.E.C. No significa nada. Menos que nada. Si algún reloj nos indicase la posición de las estrellas...
-¡Pero las ruinas lo demuestran! Demuestran que yo soy el futuro, que yo estoy vivo, que tú estás muerto.
-Todo en mí lo desmiente. Me late el corazón, mi estómago siente hambre, mi garganta sed. No, no. Ni muertos, ni vivos, más vivos que nadie, quizá. Mejor, entre la vida y la muerte. Dos extraños cruzan en la noche. Nada más. Dos extraños que pasan. ¿Ruinas dijiste? 1
-Sí. ¿Tienes miedo?
-¿Quién desea ver el futuro? ¿Quién ha podido desearlo alguna vez? Un hombre puede enfrentarse con el pasado, pero pensar... ¿Has dicho que las columnas se han desmoronado? ¿Y que el mar está vacío y los canales, secos y las doncellas muertas y las flores marchitas? -El marciano calló y miró hacia la ciudad lejana. -Pero están ahí. Las veo. ¿No me basta? Me aguardan ahora, y no importa lo que digas.
Y a Tomás también lo esperaban los cohetes, allá a lo lejos, y la ciudad, y las mujeres de la Tierra.
-Jamás nos pondremos de acuerdo -dijo.
-Admitamos nuestro desacuerdo -dijo el marciano-. ¿Qué importa quién es el pasado o el futuro, si ambos estamos vivos? Lo que ha de suceder sucederá, mañana o dentro de diez mil años. ¿Cómo sabes que esos templos no son los de tu propia civilización, dentro de cien siglos, desplomados y en ruinas? ¿No lo sabes? No preguntes entonces. La noche es muy breve. Allá van por el cielo los fuegos de la fiesta, y los pájaros.
Tomás tendió la mano. El marciano lo imitó. Sus manos no se tocaron, se fundieron atravesándose.
-¿Volveremos a encontrarnos?
-¡Quién sabe! Tal vez otra noche.
-Me gustaría ir contigo a la fiesta.
-Y a mí me gustaría ir a tu ciudad y ver esa nave de que me hablas y esos hombres, y oír todo lo que sucedió.
-Adiós -dijo Tomás.
-Buenas noches.
El marciano voló serenamente hacia las colinas en su vehículo de metal verde. El terrestre se metió en su camioneta y partió en silencio en dirección contraria.
-¡Dios mío! ¡Qué pesadillas! -suspiró Tomás, con las manos en el volante, pensando en los cohetes, en las mujeres, en el whisky, en las noticias de Virginia, en la fiesta.
-¡Qué extraña visión! -se dijo el marciano, y se alejó rápidamente, pensando en el festival, en los canales, en las barcas, en las mujeres de ojos dorados, y en las canciones.
La noche era oscura. Las lunas se habían puesto. La luz de las estrellas parpadeaba sobre la carretera ahora desierta y silenciosa. Y así siguió, sin un ruido, sin un automóvil, sin nadie, sin nada, durante toda la noche oscura y fresca.

viernes, 28 de noviembre de 2008

Los Amantes - Bestiario - Julio Cortázar

¿Quién los ve andar por la ciudad
si todos están ciegos ?
Ellos se toman de la mano: algo habla
entre sus dedos, lenguas dulces
lamen la húmeda palma, corren por las falanges,
y arriba está la noche llena de ojos.

Son los amantes, su isla flota a la deriva
hacia muertes de césped, hacia puertos
que se abren entre sábanas.
Todo se desordena a través de ellos,
todo encuentra su cifra escamoteada;
pero ellos ni siquiera saben
que mientras ruedan en su amarga arena
hay una pausa en la obra de la nada,
el tigre es un jardín que juega.

Amanece en los carros de basura,
empiezan a salir los ciegos,
el ministerio abre sus puertas.
Los amantes rendidos se miran y se tocan
una vez más antes de oler el día.
Ya están vestidos, ya se van por la calle.
Y es sólo entonces
cuando están muertos, cuando están vestidos,
que la ciudad los recupera hipócrita
y les impone los deberes cotidianos.


jueves, 27 de noviembre de 2008

Sobre Héroes y Tumbas (extracto) - Ernesto Sábato

"Siempre llevamos una máscara, una máscara que nunca es la misma sino que cambia para cada uno de los papeles que tenemos asignados en la vida: la del profesor, la del amante, la del intelectual, la del marido engañado, la del héroe, la del hermano cariñoso. Pero, ¿qué máscara nos ponemos o qué máscara nos queda cuando estamos en soledad, cuando creemos que nadie, nadie, nos observa, nos controla, nos escucha, nos exige, nos suplica, nos intima, nos ataca? Acaso el carácter sagrado de ese instante se deba a que el hombre está entonces frente a la Divinidad, o por lo menos ante su propia e implacable conciencia. Y tal vez nadie perdone el ser sorprendido en esa última y esencial desnudez de su rostro, la más terrible y la más esencial de las desnudeces, porque muestra el alma sin defensa."

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Monólogo de Tato Bores (uno de los tantos) - Santiago Varela

Señores: cuando allá por 1960 puse la jeta por primera vez delante de los orticones, no existía la televisión color, no existía Maradona, no existía el Austral - es decir, el Austral tampoco existe ahora pero es otra historia -, no existía el control remoto, no existía el yogur descremado, pero si, sí existía Don Alvaro; si señores, si: Don Alvaro, el papa de la nena! Si bien Don Alvaro empezó a curtir gabinete como Ministro de Industria allá por el año `55 en la "LIBERTADORA", que no tiene nada que ver con la Copa Libertadores, porque recién con Arturo Frondizi se convirtió en Ministro de Economía. Porque le voy a decir mas: antes de Don Arturo Frondizi no existía el Ministerio de Economía; dicen los memoriosos que para aquellos años había un poco de guita en el tesoro y entonces con un Ministro de Hacienda tipo Serelco, alcanzaba!. Con la mishiadura aparecieron los Ministros de Economía. Lo que no queda muy bien claro es si la mishiadura trajo a los Ministros de Economía o si los Ministros de Economía trajeron la mishiadura! Lo que pasa es que hace 30 años que tenemos las dos cosas. Por aquellos años, Don Alvaro Alsogaray se mandó la famosa frase "HAY QUE PASAR EL INVIERNO". Y pasaron y pasaron los inviernos, y las primaveras aparecieron y aparecieron - lo único que no apareció fue la guita -; y también por aquellos años `60 comenzaron los planteos militares a Don Arturo Frondizi. En realidad el primer planteo fue el 8 de julio de 1958 pero en dos años le enchufaron 30 planteos!; y aquí con Don Alfonsín tuvimos dos planteos con los muchachos de la pomada, calcule lo que habrán sido 30 planteos!. La cuestión es que los muchachos, al final, lo rajaron, y cuando el general Poggi estaba ya listo para asumir como presidente apareció José María Guido - también conocido como "JOSE DONDEMEPONGO" -, pego un Per Saltum, entro a Tribunales, juro como presidente ante la Corte Suprema, se coló por un intersticio en una puerta de la Casa Rosada, se sentó en el sillón, y cuando Poggi se dio vuelta le dijo "ACATAA!" La cuestión es que Don Guido trajo a otro prohombre de la economía: Don Federico Piñedo que dijo que hay que hacer las cosas rápido y se mando en un solo día una devaluación del 21% y mando el dólar a la astronómica suma de 99 pesos moneda nacional de curso legal. (Chicos: si ustedes no saben lo que es eso - la moneda nacional de curso legal - pregúntenle al abuelo, pero no lo hagan llorar demasiado, por favor!). La cuestión es que Don Piñedo se las tomó ofendido por las criticas que despertó esa devaluación y entonces apareció de vuelta Alvaro II, que viene a ser como "HIGHLANDER II", "TIBURON II", "ROCKY II", una cosa así. Como el tema de "HAY QUE PASAR EL INVIERNO" estaba gastado, Don Alvaro invento otra cosa: invento el "EMPRESTITO PATRIOTICO NUEVE DE JULIO" llamado también "LOS BONOS DE ALSOGARAY". Los que se los quedaron, la verdad, se ganaron mucha guita; los que no nos los pudimos quedar, pa' que' le via' contar! Es otra historia... Mientras tanto los militares, que no tenían nada que hacer, se pusieron a jugar a los soldaditos entre ellos: hicieron una raya y dijeron: "COLORADOS DE ESTE LADO, AZULES DE ESTE OTRO LADO, GANA EL QUE TIENE MAS TANQUES". Nosotros, los civiles, que no teníamos arte ni parte en el asunto, porque únicamente ligábamos una bomba que nos reventara la casa, estabamos tranquilos porque tanto azules como colorados decían que todo lo hacían por el bienestar de la gente y por la salvación de la patria; de donde se deducía que la salvación de la patria estaba en manos del que tenia mas tanques, comprende? La cuestión es que en el año `63 le toco el turno de vuelta a un presidente constitucional y apareció Don Arturo Humberto Illia, uno de los pocos Cordobeses nacidos en Pergamino que se conocen. Don Arturo Humberto Illia nombro como Ministro de Economía a Don Eugenio Blasco que muere en el cargo y entonces mi gran amigo Juan Carlos Pugliese asume como Ministro de Economía - empieza, mejor dicho, su carrera como Ministro de Economía suplente en todos los gabinetes radicales -. Pero como las cosas buenas duran poco tiempo, antes de cumplir los tres años los muchachos de la (haciendo el signo de una insignia militar en el hombro izquierdo con los dedos índice y mayor de la mano derecha) viñeta le dan el raje a Don Arturo Humberto Illia y designan, en elecciones limpias, y por u-na-ni-mi-dad - 3 votos - a Don Juan Carlos Ongania. El hecho de que Don Juan Carlos Ongania en la época del enfrentamiento entre azules y colorados haya sido azul - y legalista - y después se convirtió en golpista - y de hecho, colorado - es porque a veces, la gente, des-ti-ñe. La cuestión es que a Don Arturo lo rajaron porque decían que era muy lento, que era una tortuga. Ahí tuvimos un cacho la culpa todos porque los sindicatos, la C.G.T. le tiraba tortugas en Plaza de Mayo, los medios en contra, los periodistas en contra, los humoristas le hacíamos chistes - éramos una manga de boludos que pa' que' le via' contar -; porque el problema no era que Don Illia era lento: el problema es que los que vinieron después fueron... fueron rápidos, y fuimos derecho pal' cara...melo, fuimos, pero bah, pero rápido! Claro, no todo fue negrura en aquellos años porque en el `66 hubo avances: porque después de la "NOCHE DE LOS BASTONES LARGOS" cerraron todas las facultades y entonces todos los investigadores, científicos, matemáticos, laburantes de las neuronas avanzaron: avanzaron hacia la frontera y se las tomaron y no volvieron nunca mas. Después, apareció algún premio Nobel que volvió: a saludar a la familia y se las volvió a tomar, total...! Para 1969 el Ministro de Economía era Adalbert Krieger Vassena que había mantenido el dólar mas o menos estable; pero de pronto apareció Don José María Dagnino Pastore y, como el dólar ya estaba a 350 mangos, le arranco dos ceros porque invento el peso ley 18188 - íntimamente llamado "EL PESO LEY" - Don Juanca, en aquellos años - Juan Carlos Ongania - pensaba quedarse 20 o 30 años, pero apareció el "CORDOBAZO", el "ROSARIAZO" y el país se movió como un "FLANAZO". O sea que para los finales de 1970 los muchachos (haciendo de nuevo el signo de una insignia militar en el hombro izquierdo con los dedos índice y mayor de la mano derecha) le dieron las gracias por los servicios prestados a Don Juanca I y después designaron en elecciones limpias y por unanimidad a Roberto Marcelo Levingston. Roberto Marcelo Levingston es el único presidente en toda la historia argentina desde 1810 hasta la fecha que cuando lo designaron no lo conocía ni el loro! Vea, en las redacciones, no sabían como se escribía el nombre! No había una foto de él! Cuando, a la noche, en la sexta apareció "LEVINGSTON PRESIDENTE" la gente preguntaba "PERO EL PRESIDENTE DE QUE PAIS SERA ESTE BUEN SEÑOR?" Y porque para colmo, cuando lo designaron el estaba en la Junta Interamericana de Defensa en Washington! Así que aquí estabamos como los indios que se golpean el codo: en bolas, y a los gritos! Por fin, Don Levingston apareció y dijo "SOY EL PRESIDENTE" y se sentó en el sillón a esperar ordenes. Lo que pasa el problema fue que mientras estaba esperando las ordenes empezó a jugar un jueguito que decía: "PESE A TODO, YO SOY EL PRESIDENTE". Don Lanusse, que era el inmediato superior, no le gusto nada la cosa, pero roce va roce viene Don Levingston lo destituye a Lanusse, Lanusse escucha eso, caza el tubo y lo destituye a Levingston, y como donde manda Teniente General no manda General de Brigada Levingston volvió rápidamente al anonimato. Cansado ya de echar presidentes - había echado dos - Don Lanusse penso: "PARA PENSAR COMO YO, NADIE COMO YO". Entonces agarro y se nombro presidente sin dejar el cargo de Comandante en Jefe. Astuto el hombre! Y enseguida invento una cosa que se llamo el G.A.N.: "GRAN ACUERDO NACIONAL". Y lo mando al Coronel Cornicelli a verlo a "PUERTA DE HIERRO" a mi gran amigo Juan Carlos Can... Juan Carlos no (risas), Juan Domingo, Juan Domingo (aplausos), Juan Domingo Cangallo y le dijo que si entraba en el G.A.N. le devolvía todos los sueldos del `55 hasta la fecha. El viejo dijo "LO PRIMERO ES LO PRIMERO", cazo la mosca, lo dejo al gobierno con el G.A.N. y con las ganas. Y entonces Don Lanusse se chivo y se mando la famosa frase que "EL VIEJO NO VOLVIA PORQUE NO LE DABA EL CUERO". Pero como el viejo debajo de las arrugas todavía le quedaba un cacho de quiero... de cuero, volvió para mostrarlo en vivo y en directo y formo un frente cívico que se llamo "FRE.CI.LI.NA.". Pero como la Frecilina tenia nombre de antibiótico lo cambiaron por "FRE.JU.LI.". Escuche, Frecilina, Frejuli, Frejupo, son todos remedios del mismo laboratorio! Vienen en píldoras, en inyectables, en supositorio, úselo como le de las ganas! La cuestión es que en aquellos años '73 apareció "LA NUEVA FUERZA", un partido político inventado por mi gran amigo Alsogaray que tenia como candidato a presidente a mi gran amigo Julio Chamizo, el que quiere acordarse, que se acuerde! La cuestión es que el 25 de mayo de 1973 asumió el tío, no este, otro tío, el tío, el tío Hector J. Campora, y como el eslogan era "CAMPORA AL GOBIERNO, PERON AL PODER", los muchachos del bombo rápidamente renunciaron a don Hector. Renuncio el presidente, renuncio el vicepresidente, renuncio el presidente provisorio del Senado Díaz Vialisi, una cosa ahí, que se yo lo que hicieron. La cuestión es que quedo como candidato a Presidente de la República el presidente de la cámara de Diputados Raúl Lastiri, que casualmente era yerno de López Rega!. La cuestión es que Lastiri - conocido también como "JOSE CORBATA" porque tenia un montón y le encantaban - llamo a elecciones y gano por unanimidad la formula "MENEM-MENEM...", digo, no, la formula "PERON-PERON". Peron se muere y de estar mal pasamos a estar peor porque viene Isabelita y lo trae a Celestino Rodrigo que se manda el famoso "RODRIGAZO" que nos deja a todos con el tuje pal' norte! La moral de la historieta es que Don Celestino, que yo sepa cabe destacar, y que yo sepa, fue el único Ministro de Economía, que se comió canas por cuestión de su gestión como ministro, cosa que no le ha pasado a ningún otro ministro de economía, nunca mas, se han salvado todos, la verdad es que es un misterio, que no se por que! (a su libretista) Como seguía esto? (el libretista le sopla, y Tato sigue). Ah!, si. Después de Celestino Rodrigo, después de Celestino Rodrigo apareció Tony Cafiero, si, si, si, Tony Cafiero, el del "SI", el del "SI LO HUBIERA SABIDO NO LLAMABA A PLESBICITO"! Y después de él apareció Mondelli - que Isabel decía "NO ME LO TOQUEN AL GORDITO" Cuando se murió Peron - es una acotación que le voy a hacer yo - estaba laburando en este canal, me llamaron para decirme "VAMOS A PARAR UN POCO CON LOS PROGRAMAS HUMORISTICOS, HAY QUE HACER DUELO", y yo pense que estaba bien para que lo suspendan un par de semanas (silencio durante algunos segundos, y luego risas)... La verdad es que no lo suspendieron un par de semanas, lo suspendieron un par de años! Porque después vinieron los muchachos del `76 de vuelta y la siguieron... Porque en aquel entonces eran largos los duelos, comprende?! Y así llegamos, a la época del proceso, de los Ministros de Economía, era José Alfredo Martínez de Hoz, y el proceso lo voy a pasar por alto porque, la verdad que, no, mejor no recordarlo, cierto? Por eso hice un Per Saltum y aparecí en la democracia, en 1983, con Alfonsín, Grinspun, Sourrouille, el Austral, el desagio, Juan Carlos Pugliese II, el bolonki, y Jesús Rodríguez casi como Jesús termina crucificado. Mientras en estos tiempos la hiperinflación y los empresarios le apretaban el gañote a Don Raúl Alfonsín, apareció Carlos Saúl I, primer presidente electo que decía que tenia el equipo formado, listo para salir a la cancha y ganar por goleada! Don Raúl, que quería quedarse 6 años, ni un día antes, ni un día después, no le quedó mas remedio que tirar la esponja y de paso le tiro el gobierno por la cabeza a la patilla mas gorda de América, Carlos Saúl I. Y aquí estamos señor. 30 años. 30 años bancándose 16 presidentes y 37 Ministros de Economía que se la pasaron diciendo "ESTA ES LA CRISIS MAS GRANDE QUE ESTA SUFRIENDO EL PAIS", "HAY QUE REDUCIR EL GASTO PUBLICO", "HAY QUE LABURAR MAS", "HAY QUE INVERTIR EN EL ISPA". Mientras tanto, quiere que le diga una cosa?, mire, este peso moneda nacional (sosteniendo el billete de un $mn en la mano, con otros billetes --un $ley 18188, un $argentino, un Austral-- sobre la mesa) le arrancaron dos ceros por este otro peso ley 18188; a este le arrancaron cuatro ceros por este otro peso argentino, y como si esto fuera poco le sacaron tres ceros mas por este peso... por este Austral. O sea que extirparon, le extirparon nueve ceros a este pesito de acá delante. Y como este Austral equivale a mil millones de pesos moneda nacional, y como en aquel entonces se compraba con 83 $mn un dólar, este Austral equivale a DOCE MILLONES DE DOLARES... (risas, mezcladas con silencio, lagrimas e ironía), lo cual parece un chiste, si no fuera una joda grande como una casa... Y yo todavía (aplausos), yo todavía tengo confianza, tengo confianza, por eso le digo a los políticos y a los funcionarios - no a todos los políticos ni a todos los funcionarios porque hay que preservar las instituciones - algunos políticos y algunos funcionarios que están ahí viéndome, si siguen haciendo las cosas que están haciendo yo voy a tratar de estar acá todo el tiempo posible para seguir jodiendo! Y para cuidarlos también... Y para preservarlos de la maquina de cortar boludos; porque si pusiéramos la maquina de cortar boludos dentro de la maquina del túnel del tiempo, y se pusiera a cortar boludos históricos con retroactividad... otra hubiera sido la historieta hoy! Historieta que como país, no creo que nos merezcamos - esto lo dice mi libretista Santiago Varela... yo... no estoy tan seguro! Un cacho de culpa tenemos también...! -. Por eso les digo, mis queridos chichipios, seguir laburando, vermouth con papas fritas, y... (aplaudiendo dos veces, levantandose y terminando el monologo como todos los domingos)
GOOD SHOW!!!"

martes, 25 de noviembre de 2008

Resignación - Eduardo Galeano

En una biblioteca universitaria de Estados Unidos, me enteré de que yo era autor del prólogo de un libro de Nahuel Maciel, publicado en Buenos Aires por las ediciones El Cronista. Como nunca escribo prólogos, el asunto me llamó la atención. El prólogo, firmado por Eduardo Galeano "en Montevideo, a los 76 días de 1992", comienza advirtiendo que "es tarea y es propio de los maestros prologar las obras de sus discípulos, pero lo cierto es que no considero a este joven periodista como un discípulo, puesto que casi siempre es él quien me enseña". Y a continuación, el enseñante enseñado descerraja varias páginas de elogios en un estilo inflado por las citas ilustres y el noble sentido de la gratitud.
Aunque ya había pasado algún tiempo desde la publicación, decidí recurrir a la justicia. Por intermedio del doctor Finkelberg, que tiene experiencia en estos menesteres, hice la denuncia penal en Buenos Aires. Yo pensaba que el sentido común tenía algo que ver con el derecho, pero los representantes de la ley me sacaron amablemente del error: el fiscal, doctor Ballestreros, consideró que ese prólogo no contituye propiedad literaria digna de protección, puesto que yo nunca lo escribí, y el juez, doctor Calvete, puso punto final al malentendido al esablecer que no existe defraudación por cuanto el prólogo no perjudica mi patrimonio.
Mi buena educación me impide recurrir a la ley del Talión, ojo por ojo, diente por diente, prólogo por prólogo, y me obliga a aceptar un veredicto que consagra, una vez más, la impunidad de los caraduras. Por respeto a la justicia, tendré que resignarme. Haré todo lo posible por creer que ese prólogo me pertenece y hasta quizás, con los años, podré empezar a quererlo. No será facil, porque es horroroso. Pero uno se acostumbra.
Ya me había pasado algo parecido con la Enciclopedia Larousse. Allí figuro con una fecha de nacimiento, 1920, que me agrega veinte años de vida. Pedí que corrigieran la errata. En una edición posterior, me hicieron una rebajita, y pasé a nacer en 1924. Mi papá, mi mamá y mis documentos aseguran que yo nací en 1940, pero es tanto mi respeto por la Larousse que desde hace algún tiempo estoy sintiendo los achaques de la edad que me atribuye.

lunes, 24 de noviembre de 2008

El Muerto - Jorge Luis Borges

Que un hombre del suburbio de Buenos Aires, que un triste compadrito sin más virtud que la infatuación del coraje, se interne en los desiertos ecuestres de la frontera del Brasil y llegue a capitán de contrabandistas, parece de antemano imposible. A quienes lo entienden así, quiero contarles el destino de Benjamin Otálora, de quien acaso no perdura un recuerdo en el barrio de Balvanera y que murió en su ley, de un balazo, en los confines de Río Grande do Sul. Ignoro los detalles de su aventura; cuando me sean revelados, he de rectificar y ampliar estas páginas. Por ahora, este resumen puede ser útil. Benjamín Otálora cuenta, hacia 1891, diecinueve años. Es un mocetón de frente mezquina, de sinceros ojos claros, de reciedumbre vasca; una puñalada feliz le ha revelado que es un hombre valiente; no lo inquieta la muerte de su contrario, tampoco la inmediata necesidad de huir de la República. El caudillo de la parroquia le da una carta para un tal Azevedo Bandeira, del Uruguay. Otálora se embarca, la travesía es tormentosa y crujiente; al otro día, vaga por las calles de Montevideo, con inconfesada y tal vez ignorada tristeza. No da con Azevedo Bandeira; hacia la medianoche, en un almacén del Paso del Molino, asiste a un altercado entre unos troperos. Un cuchillo relumbra; Otálora no sabe de qué lado está la razón, pero lo atrae el puro sabor del peligro, como a otros la baraja o la música. Para, en el entrevero, una puñalada baja que un peón le tira a un hombre de galera oscura y de poncho. Éste, después, resulta ser Azevedo Bandeira. (Otálora, al saberlo, rompe la carta, porque prefiere debérselo todo a sí mismo.) Azevedo Bandeira da, aunque fornido, la injustificable impresión de ser contrahecho; en su rostro, siempre demasiado cercano, están el judío, el negro y el indio; en su empaque, el mono y el tigre; la cicatriz que le atraviesa la cara es un adorno más, como el negro bigote cerdoso. Proyección o error del alcohol, el altercado cesa con la misma rapidez con que se produjo. Otálora bebe con los troperos y luego los acompaña a una farra y luego a un caserón en la Ciudad Vieja, ya con el sol bien alto. En el último patio, que es de tierra, los hombres tienden su recado para dormir. Oscuramente, Otálora compara esa noche con la anterior; ahora ya pisa tierra firme, entre amigos. Lo inquieta algún remordimiento, eso sí, de no extrañar a Buenos Aires. Duerme hasta la oración, cuando lo despierta el paisano que agredió, borracho, a Bandeira. (Otálora recuerda que ese hombre ha compartido con los otros la noche de tumulto y de júbilo y que Bandeira lo sentó a su derecha y lo obligó a seguir bebiendo.) El hombre le dice que el patrón lo manda buscar. En una suerte de escritorio que da al zaguán (Otálora nunca ha visto un zaguán con puertas laterales) está esperándolo Azevedo Bandeira, con una clara y desdeñosa mujer de pelo colorado. Bandeira lo pondera, le ofrece una copa de caña, le repite que le está pareciendo un hombre animoso, le propone ir al Norte con los demás a traer una tropa. Otálora acepta; hacia la madrugada están en camino, rumbo a Tacuarembó. Empieza entonces para Otálora una vida distinta, una vida de vastos amaneceres y de jornadas que tienen el olor del caballo. Esa vida es nueva para él, y a veces atroz, pero ya está en su sangre, porque lo mismo que los hombres de otras naciones veneran y presienten el mar, así nosotros (también el hombre que entreteje estos símbolos) ansiamos la llanura inagotable que resuena bajo los cascos. Otálora se ha criado en los barrios del carrero y del cuarteador; antes de un año se hace gaucho. Aprende a jinetear, a entropillar la hacienda, a carnear, a manejar el lazo que sujeta y las boleadoras que tumban, a resistir el sueño, las tormentas, las heladas y el sol, a arrear con el silbido y el grito. Sólo una vez, durante ese tiempo de aprendizaje, ve a Azevedo Bandeira, pero lo tiene muy presente, porque ser hombre de Bandeira es ser considerado y temido, y porque, ante cualquier hombrada, los gauchos dicen que Bandeira lo hace mejor. Alguien opina que Bandeira nació del otro lado del Cuareim, en Rio Grande do Sul; eso, que debería rebajarlo, oscuramente lo enriquece de selvas populosas, de ciénagas, de inextricable y casi infinitas distancias. Gradualmente, Otálora entiende que los negocios de Bandeira son múltiples y que el principal es el contrabando. Ser tropero es ser un sirviente; Otálora se propone ascender a contrabandista. Dos de los compañeros, una noche, cruzarán la frontera para volver con unas partidas de caña; Otálora provoca a uno de ellos, lo hiere y toma su lugar. Lo mueve la ambición y también una oscura fidelidad. Que el hombre (piensa) acabe por entender que yo valgo más que todos sus orientales juntos. Otro año pasa antes que Otálora regrese a Montevideo. Recorren las orillas, la ciudad (que a Otálora le parece muy grande); llegan a casa del patrón; los hombres tienden los recados en el último patio. Pasan los días y Otálora no ha visto a Bandeira. Dicen, con temor, que está enfermo; un moreno suele subir a su dormitorio con la caldera y con el mate. Una tarde, le encomiendan a Otálora esa tarea. Éste se siente vagamente humillado, pero satisfecho también. El dormitorio es desmantelado y oscuro. Hay un balcón que mira al poniente, hay una larga mesa con un resplandeciente desorden de taleros, de arreadores, de cintos, de armas de fuego y de armas blancas, hay un remoto espejo que tiene la luna empañada. Bandeira yace boca arriba; sueña y se queja; una vehemencia de sol último lo define. El vasto lecho blanco parece disminuirlo y oscurecerlo; Otálora nota las canas, la fatiga, la flojedad, las grietas de los años. Lo subleva que los esté mandando ese viejo. Piensa que un golpe bastaría para dar cuenta de él. En eso, ve en el espejo que alguien ha entrado. Es la mujer de pelo rojo; está a medio vestir y descalza y lo observa con fría curiosidad. Bandeira se incorpora; mientras habla de cosas de la campaña y despacha mate tras mate, sus dedos juegan con las trenzas de la mujer. Al fin, le da licencia a Otálora para irse. Días después, les llega la orden de ir al Norte. Arriban a una estancia perdida, que está como en cualquier lugar de la interminable llanura. Ni árboles ni un arroyo la alegran, el primer sol y el último la golpean. Hay corrales de piedra para la hacienda, que es guampuda y menesterosa. El Suspiro se llama ese pobre establecimiento. Otálora oye en rueda de peones que Bandeira no tardará en llegar de Montevideo. Pregunta por qué; alguien aclara que hay un forastero agauchado que está queriendo mandar demasiado. Otálora comprende que es una broma, pero le halaga que esa broma ya sea posible. Averigua, después, que Bandeira se ha enemistado con uno de los jefes políticos y que éste le ha retirado su apoyo. Le gusta esa noticia. Llegan cajones de armas largas; llegan una jarra y una palangana de plata para el aposento de la mujer; llegan cortinas de intrincado damasco; llega de las cuchillas, una mañana, un jinete sombrío, de barba cerrada y de poncho. Se llama Ulpiano Suárez y es el capanga o guardaespaldas de Azevedo Bandeira. Habla muy poco y de una manera abrasilerada. Otálora no sabe si atribuir su reserva a hostilidad, a desdén o a mera barbarie. Sabe, eso sí, que para el plan que está maquinando tiene que ganar su amistad. Entra después en el destino de Benjamín Otálora un colorado cabos negros que trae del sur Azevedo Bandeira y que luce apero chapeado y carona con bordes de piel de tigre. Ese caballo liberal es un símbolo de la autoridad del patrón y por eso lo codicia el muchacho, que llega también a desear, con deseo rencoroso, a la mujer de pelo resplandeciente. La mujer, el apero y el colorado son atributos o adjetivos de un hombre que él aspira a destruir. Aquí la historia se complica y se ahonda. Azevedo Bandeira es diestro en el arte de la intimidación progresiva, en la satánica maniobra de humillar al interlocutor gradualmente, combinando veras y burlas; Otálora resuelve aplicar ese método ambiguo a la dura tarea que se propone. Resuelve suplantar, lentamente, a Azevedo Bandeira. Logra, en jornadas de peligro común, la amistad de Suárez. Le confía su plan; Suárez le promete su ayuda. Muchas cosas van aconteciendo después, de las que sé unas pocas. Otálora no obedece a Bandeira; da en olvidar, en corregir, en invertir sus órdenes. El universo parece conspirar con él y apresura los hechos. Un mediodía, ocurre en campos de Tacuarembó un tiroteo con gente riograndense; Otálora usurpa el lugar de Bandeira y manda a los orientales. Le atraviesa el hombro una bala, pero esa tarde Otálora regresa al Suspiro en el colorado del jefe y esa tarde unas gotas de su sangre manchan la piel de tigre y esa noche duerme con la mujer de pelo reluciente. Otras versiones cambian el orden de estos hechos y niegan que hayan ocurrido en un solo día. Bandeira, sin embargo, siempre es nominalmente el jefe. Da órdenes que no se ejecutan; Benjamín Otálora no lo toca, por una mezcla de rutina y de lástima. La última escena de la historia corresponde a la agitación de la última noche de 1894. Esa noche, los hombres del Suspiro comen cordero recién carneado y beben un alcohol pendenciero. Alguien infinitamente rasguea una trabajosa milonga. En la cabecera de la mesa, Otálora, borracho, erige exultación sobre exultación, júbilo sobre júbilo; esa torre de vértigo es un símbolo de su irresistible destino. Bandeira, taciturno entre los que gritan, deja que fluya clamorosa la noche. Cuando las doce campanadas resuenan, se levanta como quien recuerda una obligación. Se levanta y golpea con suavidad a la puerta de la mujer. Ésta le abre en seguida, como si esperara el llamado. Sale a medio vestir y descalza. Con una voz que se afemina y se arrastra, el jefe le ordena:

-Ya que vos y el porteño se quieren tanto, ahora mismo le vas a dar un beso a vista de todos. Agrega una circunstancia brutal. La mujer quiere resistir, pero dos hombres la han tomado del brazo y la echan sobre Otálora. Arrasada en lágrimas, le besa la cara y el pecho. Ulpiano Suárez ha empuñado el revólver. Otálora comprende, antes de morir, que desde el principio lo han traicionado, que ha sido condenado a muerte, que le han permitido el amor, el mando y el triunfo, porque ya lo daban por muerto, porque para Bandeira ya estaba muerto. Suárez, casi con desdén, hace fuego.

Uno Nunca Sabe - Roberto Fontanarrosa

Lo primero que le preguntó Mario apenas el Mochila se sentó, fue "¿La conoces a esa mina?".
- ¿Cuál?
- La que saludastes recién.
Mochila giró apenas la cabeza hacia atrás.
- ¿La flaca?
- Sí.
- Sí, la conozco. Es amiga de mi jermu.
- Me emputece esa mina -dijo Mario en voz baja.
- ¿Mi jermu?
- No, boludo. La Flaca, la que saludastes.
- Ah... ¡Mirá qué boludo que sos vos! A todo el mundo lo enloquece la Flaca. ¡Qué te parece!
- ¿Qué? --se alarmó Mario--. ¿Vos también estás jugado en ese palo? ¿Te anotás ahí también?
- No. Yo no. ¿No te digo que es amiga de mi jermu? Estudiaban juntas en la Cultural. Tendría que ser muy loco para tirarme en esa. Pero... te digo...
- Que ganas no te faltan.
- Ganas no me faltan....
Se quedaron en silencio. Mochila controlando las otras mesas, viendo quién había. Mario tocándose cuidadosamente los dientes de adelante con la uña del dedo pulgar de la mano derecha.
- Me tiene loco esa mina -repitió, como para sí mismo. Como si el tema fuese demasiado íntimo como para compartirlo y debatirlo en una mesa de cafe. Y asustado, quizá, por haber ido tan lejos.
- Está buena la Flaca -dijo Mochila, que la tenía sentada a sus espaldas-. Y es una mina piola te cuento... Piola, inteligente. Anda suelta, además...
- Medio histérica debe ser...
- Sí. Eso sí... Lógico... -Mochila seguía sin meterse demasiado en la conversación, en tanto pasaba lista a los presentes- ¡Bah! -se animó de pronto, ya terminado el control-. Como todas.
- Esa jeta que tiene... -medio por sobre el hombro de Mochila, Mario la espiaba-. Los ojos...
- Y encarala, boludo... ¿qué esperas? -lo animó Mochila, cruzándose de piernas, acomodándose en la silla para quedar de espaldas a la calle Santa Fe, mirando al mostrador. Mario hizo un gesto vago con la cabeza, negativo.
- Está sola, boludo -apretó Mochila-. Andá... Si te quedas esperando, por ahí aparece algun vago, o alguna amiga, y se sienta con ella y cagaste.
Mario se encogió de hombros, mirando ahora hacia afuera, como desentendiéndose del problema.
- ¿No lo viste al Sobo? -preguntó, cambiando de tema. Mochila negó con la cabeza-. Este boludo... -musitó Mario-. Le tengo que pedir un certificado y justo hoy no aparece.
- Oíme -Mochila se incorporó, clavándole la vista-. Andá y sentate con ella, no seas otario... No te va a patear...
- No la conozco -frunció la nariz, Mario.
- ¿Y eso qué tiene que ver? ¿Cómo que no la conocés? Te conoce de acá, pelotudo. Si acá nos junamos todos. No le sabrás el nombre pero la...
- ¿Cómo se llama?
Mochila frunció el ceño.
- Ehhh... -pensó--. Marina, Marta, María... No sé, no sé... Siempre la conocí por la Flaca.
- Marta, Marta se llama -dijo Mario, que ya se había informado.
- Escuchame Mario... -Mochila se inclinó sobre la mesa para darle privacidad a la propuesta-. Te la presento... Voy, me siento en la mesa de ella y te la presento...
Mario se tiró hacia atrás y agitó las manos y la cabeza, casi escandalizado.
- ¡No! No, dejá. Ya está. Ya pasó. Ya fué.
- No me cuesta nada, boludo.
- Dejá, Mochila, dejá. Está bien.
Mochila se encogió de hombros.
- Jodete -dijo. Y buscó a Moreyra con la vista-. ¡Negro! -gritó-. ¿Estás vos acá?
- Además... -Mario, pese a todo, no quería desprenderse totalmente del tema y sabía que el lapso de privacidad con el Mochila podía ser corto-. No da bola, Mochi. No da bola.
Mochila casi se enojó.
- ¿Y cómo sabes que no da bola si nunca la encaraste?
- Porque uno se da cuenta, Mochila. ¿Sabés cuanto hace que la vengo mirando a esa mina? ¿Sabés cuanto hace? Dos años. Debe hacer como dos años...
- ¿Y?
- ¡Nada! Nada de nada. Una mina si te quiere dar bola se manda alguna señal, eso es sabido. Te mira una vez, aunque sea. Te mantiene un poco la mirada. O te sonríe. Te tira un cable.
- No te engañes, no te engañes... Mirá que...
- Sí... "La vida te da sorpresas".
- La vida te da sorpresas...
-Sí, pero acá es muy claro --se desalentó Mario-. ¿Viste que hay... cómo decirte... hay un lapso de duración en una mirada, en un cruce de miradas? Y después hay un plus, que es un milésimo... un milésimo de segundo... un ápice... un cícero... una infinitésima milésima de segundo en que se prolonga esa mirada más de lo normal... Es cuando una mina te mira y vos tenes un sensómetro, un sismógrafo, que registra que esa mirada ha durado esa milésima de segundo mas allá de lo necesario, y es lo que te está diciendo a las claras que esa no es una mirada común, que esa mirada está pidiendo otro cruce de comprobación, que te está diciendo algo... -Mochila afirmaba con la cabeza, algo fastidiado--. Bueno... --no se amilanó Mario-. Esa fracción supletoria de mirada debería tener un nombre. Porque es una medida patron... Es un exceso de intensidad... Debería haber algo como el "miradómetro"... Una unidad de vision, de calentura...
- Bueno, bueno... Cortala... Dejá de hablar pelotudeces... -rogó Mochila-. ¿Y qué pasa? ¿Con esta mina no se dió nunca?
- En la puta vida de Dios.
- Ni te miró...
- Ni me miró ni... -Mario había sacado un encendedor y golpeteaba con él sobre el nerolite buscando la descripción mas gráfica-. O me mira y no me ve. Esa es la cosa. Por ahí me mira, pero lo que hace es solamente dirigir su vista hacia mí. Pero la sensación que yo tengo es como que yo fuera transparente. Que mira a traves mío. Que mira lo que está detrás mío. Digamos, que la profundidad de campo de la cámara de ella está situada seis metros detrás mío... Esa es la sensación que tengo...
Mochila se rascó la cabeza.
- ¡Mirá que sos antiguo! -dijo.
- ¿Por qué? -se ofuscó Mario.
- Andar fijándote en eso de las miradas y esas cosas... Eso es del tiempo en que los pedos se tiraban con gomera.
- ¿Y qué querés que haga? ¿Que vaya y le toque el culo?
- No, boludo. No te digo eso...
- ¿Cómo carajo hacés vos?
- ¿Cómo hago? ¿Cómo hago yo? ¡Voy y me siento con ella! Eso hago. Mirá que difícil. Y le empiezo a hablar de cualquier cosa... No podés entrar en la histeria de las minas, querido... Que te miro, que no te miro, que la profundidad de campo y todas esas pelotudeces...
- Es que... -Mario apoyó el mentón sobre sus manos cruzadas y vaciló. Por momentos lo asaltaba la idea de que no era un tema para hacer publico--. ¿Sabes qué pasa?... ¿Vos te acordás de "El Eternauta"?
- Sí, me acuerdo... Lo que no me acuerdo es quién trabajaba...
- ¿Cómo?
- ¿Quién trabajaba?
- No, boludo. No era una película. Era una historieta.
- Ah, sí... "El Eternauta". Algo me acuerdo...
- Esa que caía una nevada en Buenos Aires, una nevada radioactiva y morían todos...
- Algo. Algo me acuerdo --mintió el Mochila.
- Bueno, en "El Eternauta", aparecían unos tipos de otro planeta, que se llamaban los "Manos", que tenían...
- Mejicanos. "Manito", se decían...
- No, gil. No seas hijo de puta.
- Ah, no. Esa era "Cisco Kid".
- No te acordás de un sorete. Los Manos, que tenían una mano derecha llena de dedos...
- Como cualquiera -Mochila mostró su mano.
- No, muchos mas. Como hasta acá -Mario tiró una línea imaginaria desde la punta de sus propios dedos hasta el codo-. Bueno, esos tipos dirigián a varias especies de bichos extraterrestres que invadían la Tierra. Pero ellos, a su vez, estaban controlados por otra especie superior. Entonces. estos "Manos", que eran igual que nosotros salvo por esos dedos, tenían insertada en el cuerpo una glándula, una glándula que le llamaban "Glándula del Terror" y que les habían insertado esos cosos que los dirigían a ellos. Y... ¿para qué les habían insertado esa glándula? Porque los Manos, igual que los humanos, al sentir temor segregaban una especie de adrenalina y ésta, a su vez, activaba la glándula. Y entonces la glándula dejaba escapar un veneno y el veneno los mataba en minutos, nomás. ¿Me entendés? Si ellos se intentaban rebelar contra la especie superior, sentían miedo y, ahí nomás, cagaban la fruta. Linda idea, ¿no? Porque, además, había otra cosa, fijate. Algunos de ellos habían intentado operarse para sacarse de allí esa glándula pero, al operarse, sentían miedo, y de nuevo la misma cosa, activaban la glándula, ésta largaba el veneno, etc., etc., etc... Era ingenioso, ¿no? Piola como idea. De... ¿cómo se llamaba?... Oesterheld.
Mochila se lo quedó mirando un instante, con expresión confundida.
- Y.... ¿Qué queres decir con todo esto? -preguntó-. ¿Ahora me vas a salir con que vos tenés una de esas glándulas? ¿Me vas a pedir guita para operarte?
- No. No. No --Mario pegó con la punta de su dedo índice sobre la mesa--. Yo tengo una glándula pero de la pelotudez. Ese es el asunto. Una glándula de la pelotudez. Cuando a mí una mina me gusta mucho, como ésta, Marta... me pongo pelotudo. El mismo hecho de que la mina me guste mucho, me paraliza. Me pone tan nervioso que me pongo hecho un pelotudo, no sé lo que digo, hago boludeces... La glándula segrega algo que me idiotiza. Después pienso en las cosas que he dicho, o en las que debería haberle dicho y me quiero morir. Las minas deben pensar que uno es un retardado total. Y es precisamente porque me gustan demasiado. Es increíble. Con las minas que no me gustan no me pasa nada. Ahí soy un duque, soy Dean Martin. Jodo, soy ocurrente, hasta puedo ser brillante. Al pedo. Porque a quien yo quiero gustar no es a los escrachos.
- Mario... Mario... -Mochila trató de ser comprensivo-. Yo sé que esto pasa... Pero te puede pasar al principio, la primera hora, la primera...
- Década.
- No seas pelotudo. Si vos...
- Si yo me quedo solo con esta mina te juro que no me sale una palabra. La glándula me...
- Anda a la concha de tu madre vos y la glándula...
Se quedaron en silencio. Mochila miraba sin ver hacia la caja registradora, pegaba repetidas veces con la suela del pie derecho sobre el piso, fastidiado.
- ¿Sabes qué le dijeron a Pelé cuando debutó en Suecia? -preguntó de pronto. Mario negó con la cabeza, algo desacomodado.
- "Andate al medio campo y tocala corta." Eso le dijeron -agregó el Mochila. Mario entrecerró un poco los ojos, como buscando la metáfora-. O sea. Hasta que se te pasen los nervios, no tratés de deslumbrar, no tratés de ser brillante, no tratés de meter el pase de gol...
- Pero él era negro, Mochila...
- Es negro.
- ¡Es que ni siquiera pretendo ser brillante! Me bastaría con no ser tan imbécil...
- Tocá corto.
- Una teta le voy a tocar... -musitó Mario-. Además... además, Mochila, comprendeme --se irguió de pronto como para seguir hablando pero calló, prudente. El Pochi había entrado por la puerta de Santa Fe y Sarmiento, pero se quedó enganchado en la mesa de los fotógrafos. Mario retomó el tema-. Yo creo que las cosas se tienen que dar naturalmente. Vos vistes como es este boliche. Vos, por ejemplo, no conocés a alguien. Pero, de pronto, por ahí, mañana, estás sentado en la misma mesa con él. ¿Por qué? Porque te llama un amigo común. Porque viene a tu mesa a charlar con un amigo tuyo. Porque está en un grupo donde vos te acercás a preguntar algo. Es así... Entonces eso es mas natural, menos forzado. Yo me sentiría mucho más cómodo si se diera algo así con esta mina...
- Oíme Mario... Oíme... -Moreyra había pasado como una ráfaga, dejando un cortado sobrante, al tanteo, enfrente de Mochila-. Cuanto...
- Porque... ¿viste como es este boliche? -arremetió Mario-. Yo creo que el secreto de este boliche está en la proximidad de las mesas. Están muy juntas. Ahí radica el éxito de este boliche. Vos estás sentado en esta mesa y casi casi estás escuchando la charla de los de la mesa de atrás. Y se tocan las sillas, incluso -Mario se tiró hacia atrás sobre el respaldo y sonrió, ejemplificando-. Vos estás en una mesa y por ahí girás un poquito y ya te integras a la de al lado...
- Un conventillo.
- Un conventillo. Un día... -Mario se lanzó de golpe con el torso hacia adelante, confidente-. Un día yo estaba sentado en una mesa, y atrás, acá mismo, atrás, estaba la Flaca con unas amigas --bajó la voz--. Si yo me inclinaba para atrás la tocaba, con los hombros, o con la cabeza. La tocaba...
- Mario... -insistió Mochila con los ojos entrecerrados-. ¿Cuanto hace que decís que la venís marcando a esta mina?
- ¿A la flaca? Y... desde que la descubrí... Cuando era novia del barba... No sé. Un año... Un año y medio...
- Cuando era novia del barba... Vos te referís al Tito, al Tito Aramayo.... Bueno, te cuento, eso fue hace más de tres años, porque hace más de tres años que el Tito está en Porto Alegre. Casi cuatro años hace, por lo menos.
- Y... sí...
- Y en esos cuatro años.. -Mochila enarcó las cejas y cerró su mano derecha como si empuñara un cuchillo, señalando a Mario-. Escuchame bien, en esos cuatro años, esa situación que vos decís, que vos estás esperando, no se ha dado nunca. Nunca hubo un amigo sentado en la mesa con ella, ni ningún amigo te la trajo a la mesa con vos, ni se dió vuelta para pedirte fuego, ni estaba en un grupo donde vos podías haberte integrado... Nada...
- Nada... es verdad... Nada.
- ¿Y hasta cuando vas a esperar, Marito? -hirió de nuevo, Mochila-. Vas a ser un viejo choto y vas a venir acá con un bastón, con boina, con una cánula de suero puesta, para ver si alguna vez se da la puta casualidad de que te podés sentar con esa mina...
- Y... -se encogió de hombros, Mario.
- Oíme -Mochila giró la cabeza y pegó una rápida mirada hacia la mesa de la Flaca que, sola, estaba anotando cosas en una agenda--. Mirá, está sola. Al pedo. Voy, me siento con ella, hablo con ella y después te llamo...
Mario se secó la transpiración de la nariz, meneó la cabeza, pareció atacarlo la desesperación y estar a punto de ponerse a llorar.
- No, Mochila... No...
- Yo puedo hacerlo, pelotudo -se enojó el Mochila-. Te digo que soy amigo de ella. Lo he hecho un montón de veces. No va a quedar como algo forzado o...
- No, Mochila... Está llena de machos esa mina...
- ¿Cuando? ¡Ahora está sola, pelotudo!
- Ahora no. Pero... ¿Vos te creés que no la veo? La miro constantemente, te digo. Todos los días con un macho nuevo. Pendejos...
- Mejor para vos, mejor para vos. Si anda todos los días con un macho nuevo es que no anda con ninguno. Aparte, no te engañés, Mario. No te engañés. Yo conocía una mina que estaba buenísima. No podía ni caminar de buena que estaba. Lindísima, además. Y esta mina, me decía -hará un par de meses nomás, está casada ahora, tiene como cuatro hijos- me decía que cuando ella era joven, había fines de semana que se quedaba en casa como una boluda porque nadie la llamaba para salir. Los tipos la veían tan linda, tan rebuena estaba esa hija de puta, que todos pensaban lo mismo, eso que vos pensás también, que estaba llena de machos. Que la llamaban de todas partes del país para invitarla a salir, que Rainiero de Mónaco le ponía un télex para salir de joda. Entonces, no la llamaban. Y la pobre santa se quedaba como una boluda los sábados a la noche viendo televisión con una tía rechota que tenía...
- Este no es el caso... Este no es el caso... -negó Mario. Mochila volvió a darse vuelta, mirando sin discreción alguna hacia la mesa de la Flaca.
-- Está sola, boludo. Está haciendo tiempo. Aprovechá ahora --volvió a su postura anterior restregándose la cara con una mano, casi con desesperación--. Decí que yo no puedo...Pero...
- Además... Además... -buscó las palabras Mario-. No se puede. Yo no puedo ir y encararla así a esta mina, en frío... Hay convenciones. Hay convenciones que se juegan entre un hombre y una mujer y que hay que respetar.
Mochila lo miraba con una expresión cada vez mas atormentada.
- Sí, claro -dijo Mario-. Vos sabés, y ella sabe, y vos sabés que ella sabe que vos sabés, que si vas y la invitás a una mina a tomar un café, en realidad lo que le estás proponiendo es ir a cojer.
- No es tan así.
- Esa es la verdad. Esa es la realidad de las cosas. La verdad de la milanesa. Pero vos no podés ir, acercarte a la mesa y decirle "¿Vamos a cojer?". Porque aunque encierre el mismo significado, no es lo mismo. Para una mina no es lo mismo y tiene todo el derecho del mundo de mandarte a la reputísima madre que te parió, Mochila, es la verdad. Puede decirte "¿Usted por quién me ha tomado?" y hacerse la ofendida y tiene toda la razón. Hay que guardar ciertas normas de urbanidad. Vos dirás que es un hipocresía y todo eso, pero...
- Yo no digo que sea una hipocresía --expiró Mochila, agotado.
- ... vos tenés que dejarle una puerta abierta a la mina. No podes encerrarla, no podes dejarla sin opciones. Fijate vos, cuando yo anduve con la Zulema... -se entusiasmó Mario-. Hay minas con las que vos tenés ya todo conversado, todo claro, y no hay más que hablar. Cuando le decís de salir, te tomás un tacho y te vas al mueble derecho viejo, porque sabés que la mina no se va a descolgar con "¿Pero... adonde vamos? ¿Adonde me llevas?".
- "¿Qué son esas luces rojas?"
- "¿Qué son esas luces rojas?" ¡Nada de eso! Pero, por ejemplo, con Zulema, yo me las rebusqué para que me prestaran un departamento. Entonces fuimos a cenar, hablamos un rato y despues yo le pude decir "¿Querés venir a mi departamento a tomar algo?", con lo que le estás dando a la mina la opción de ir al departamento y después, si no le gusta la mano, negarse. No sé... decir... "Se me hizo tarde" o... "Vos me interpretastes mal"...
- Oíme... Vos sos una antigualla... Si la mina acepta ir a tu departamento es porque le gusta la mano y ya sabe como viene la cosa... No son tan boludas, Mario... ¿O te crees que somos nosotros los que atracamos?
- De acuerdo, de acuerdo --se apuró Mario-. Pero vos le estás dando la opción con el departamento. Si vos le tenés que decir "¿Vamos a un mueble?" ¿Qué opción tiene la mina? Vos le estás diciendo "vamos a cojer", lisa y llanamente. No le das salida.
- Si vos le decís "Vamos al departamento" también le estás diciendo "Vamos a cojer", querido. ¿O con quién estás saliendo? ¿Con Heidi?
- Ya sé... Ya sé... -Mario se mordió los labios, transpirando--. Pero no es lo mismo. Es una cuestión de elegancia. Si vos invitás a una mina a un hotel, estás dando por sentado que vos no tenías ninguna duda de que a esa mina te la ibas a pirobar, que era fácil, que era una fija. Es una cuestión de... dignidad, digamos...
Mochila meneaba la cabeza, negando.
- Sos una antigualla -suspiró-. Un relicario...
- Es difícil de explicar -insistió Mario-. Es como si vos vas a un bodegón y el mozo ve que vos tenés tal pinta de pordiosero que viene y, sin preguntarte nada, te pone en la mesa un pingüino de vino tinto de la casa. ¿Qué te queda por hacer en ese momento? Levantarte e irte, querido. Ese mozo te está ofendiendo. Porque aunque vos seas un pordiosero y se vea a la legua que no te podes bancar ni por puta un vino más o menos pasable, el tipo tiene la obligación moral de alcanzarte la lista de vinos y preguntarte "¿El señor tiene alguna preferencia? ¿Desea algún vino gran reserva?". Entonces ahí sí, vos podés devolverle la lista y decirle, tranquilo "No, muchas gracias. Tráigame un pingüino con tinto de la casa" porque la verdad es que no tenés ni un mango partido por la mitad para elegir otra cosa... ¡Porque es un problema de dignidad, mi viejo! ¡Te tienen que dar la oportunidad de elegir, ese es el asunto! Pueblos enteros han ido a la guerra por eso...
- ¿Porque vino el mozo y les sirvió un pingüino de...?
- No. Por dignidad.
- Oíme, Mario... -Mochila pareció animarse de repente-. Yo me levanto y voy a la mesa de la mina y le hablo.
La expresión de Mario fue de pánico. Advertía un atisbo de determinación inquebrantable en la voz del Mochila.
- No, Mochi, no jodas -se enojó.
- Voy, boludo. ¿No puedo ir, acaso? Todos los días hablo con ella...
- Vos tomás medio pingüino de tinto de la casa y te ponés a hacer boludeces, Mochila... Dejame de joder... No me gusta tanto despues de todo...
Mochila se puso de pie. Mario se tapó la cara con la mano. Luego la destapó y habló mirando hacia otro lado. Transpiraba.
- Dejáme de joder, Mochila. Sentate -rogó-. Yo no voy. Si vos me llamas yo no voy. Me voy a la mierda. Me voy al baño. Te juro que no voy...
- Oíme, boludo -se agachó un tanto, Mochila-. Hoy puede ser un dia histórico para vos. A veces las minas que menos bola parece que te dan son las que más te vienen marcando, al final de cuentas. No seas ingenuo. Las minas son muy histéricas, y ésta es de las más histéricas que conozco...
- Te juro que no voy, Mochila... Sentate, no seas boludo... No me hagas pasar un mal rato...
- Por lo menos te sacas la duda de encima, pelotudo. Si te da pelota, perfecto. Si no te da pelota, bueno, al menos te sacastes ese quilombo de la cabeza y ya no te andas preocupando si anda con un macho, o con cuatro, o con cinco mil...
- Dejáme vivir con la ilusión, Mochila... De veras... Sentate...
Mochila giró sobre sus talones y enfiló hacia la mesa de la Flaca. Mario, automáticamente, pivoteó sobre su silla primero hacia la calle Santa Fe y luego en sentido contrario, hacia el mostrador, como si estuviese sobre un sillón giratorio, fingiendo mirar hacia el teléfono público, los baños y las botellas expuestas sobre los estantes de vidrio. Se pasaba repetidamente las yemas de los dedos sobre las cejas.
Mochila se dejó caer, despreocupado, sobre la silla vacía enfrente de la Flaca y, al punto, ésta, sonriendo, cerró la agenda y comenzaron a charlar. No dejo pasar mucho tiempo, Mochila, y tras algunas preguntas livianas de rigor, encaró el tema con la practicidad de un ejecutivo joven.
- Che, Flaca... -casi anunció-. No mires ahora... ¿Vos lo conocés al muchacho que está sentado conmigo, el de lentes?
Ella dió una pitada larga a su cigarrillo, lanzó algo de humo por la nariz y dijo: "Sí, de acá. Del boliche".
- Bueno. Está muerto por vos.
Marta miró al Mochila con expresión entre dura e inquisidora.
- ¿Ese pajero? --preguntó luego, casi airada. Mochila asimiló, apenas, el golpe.
- ¿Por qué, "pajero"?
- Hace como mil años que se la pasa mirándome y jamás se ha atrevido a decirme nada.
- Lo que pasa es que... ehh... Es muy tímido...
- ¡Por favor! -la Flaca sacudió la cabeza revoleando un mechón de pelo-- ¡Es un pajero!
- No, Flaca -Mochila estaba casi acostado sobre la mesa, apoyando el brazo izquierdo desde la axila hasta el codo, buscando buenas razones con cautela de minero-. Es muy tímido... Te digo que es muy buen tipo... es un tipo interesante...
Marta extendió su mano derecha y la apoyó en el antebrazo de Mochila. Suavizó su tono y su mirada.
- Mirá, Mochila, te agradezco. Pero estoy cansada de la histeria de los tipos. Ya somos grandecitos. Ya no soy una pendeja...
- Pero lo parecés...
Marta estiró una sonrisa forzada.
- Te agradezco -repitió.
Mochila se quedó mirando un rato hacia la esquina de Sarmiento y Santa Fe. Como no encontró nuevos argumentos para su propuesta, se levantó cansinamente, saludó a la Flaca y se fue. Desandó cuatro pasos y volvió a su silla de la mesa compartida con Mario. Este, demudado, había pedido una medialuna de "La Nuria" y otro café, como para hacer algo.
- Ehhhh... -vaciló Mochila, mirando perdidamente hacia el baño.
- ¿Qué...? ¿Qué pasó? --tragó saliva Mario, intuyendo, quizá, lo peor.
- Dice que está esperando al novio...
Mario mordió un nuevo pedazo de medialuna. Meneó la cabeza.
- Te dije... -dijo.
- Qué cagada -musitó Mochila.
- ¿Viste? -Mario parecía aliviado.
- Pero, al menos, lo intentamos...
- Te dije... -Mario se acomodó los lentes, mirando hacia la calle, mientras apuraba el último bocado, limpiándose los dedos con una servilleta.
- Qué va a ser...
- ¿Será posible, este boludo del Sobo? -se quejó Mario-. Justo hoy que lo necesito y no aparece...