viernes, 21 de noviembre de 2008

Despertar - Nicolás Bertola

Desperté. Ha pasado el día más largo de mi vida aunque no lo recuerde, aún sin la certeza de que haya sido mi vida la que acabo de dejar en el sueño.
Todavía me parece una extrañeza de la que nadie comprenderá, con la seguridad de que los hechos sean esclarecidos, qué me ha pasado.
Recorro con el movimiento más largo del que pueda acordarme, sin recordar nada, con mis ojos lo que me rodea, los que me rodean. Intento mantener la calma esperanzado que otro sentido ocupe el lugar que le corresponde y esas agujas con sondas en mi brazo a la basura. Nada puedo hacer más que seguir jugando a ver, escuchar, tocar, oler, sentir con mis ojos. Imposible lograrlo por completo.
El hombre de campera de cuero no se da cuenta que puedo ver. La chica de cara triste y gestos silenciosos a pesar de que me mira incesante pareciera tampoco notarlo, es como si viera dentro de ella lo que quiere tener enfrente, el pasado, con seguridad.
Podría explicar y demostrar que existe el dolor sin siquiera sentir, podría dar clases de cómo hacer que la mente mantenga en la memoria tantas cosas, tantas palabras cual si fuera una página escrita, no, varias, pudiendo de un solo vistazo recurrir a cualquiera de ellas, cualquier frase en cualquier momento. No tengo muchas opciones, es lo que me queda, si tan sólo conociera una forma de extinguirme y ver lo que hay más allá de esta cama y esta habitación, de esta enfermera que pasa y pasa sin importarle nada.
Despierto otra vez luego del segundo día más largo de mi vida, y vaya a saber quién... no fue el primero. La enfermera sujeta con un cordón una de las cortinas para que el sol pueda entrar por la única ventana. No lo hace para mí, sino para la chica de rostro caído que se dispone a quitarse un pesado sweter de lana. Acaba de llegar y yo despierto con ella. Al comprender puedo disfrutar del sol que no era para mí y la rosita que se erige en el florero de la mesa de enfrente de la cama, a un lado de la silla donde la chica se sienta, a una mirada de distancia y sólo yo pudiéndola ver sin tocarla. Dura poco la alegría si se entremezclan el sentimiento de la impotencia, pero es inevitable, tampoco puedo llorar.

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